La labor callada

En estos días aciagos donde los habitantes del planeta nos estamos descubriendo frágiles e imperfectos. Días de noticias falsas, rumores, mitos y descreimiento a priori. Debemos reconocer la labor callada de miles de mujeres y hombres que están trabajando y no pueden darse el lujo de guardar una cuarentena.

Esos seres maravillosos que vigilan día y noche a los pacientes internados en los hospitales, esos personajes que ocultan su rostro con frágiles mascarillas y cubre bocas, arriesgando la posibilidad del contagio. Son nuestros médicos y enfermer@s que están en pie de lucha por la salud de todos.

Esos personajes que conducen las ambulancias y en camillas transportan a las víctimas del enemigo sin rostro: Covid-19.

Pero también debemos reconocer a quienes desde la madrugada pasan a recoger la basura de nuestros hogares, los que afanosamente andan sanitizando el transporte público, el metro y los parabuses.

Asimismo los que transportan los alimentos y los que los tienen a nuestra disposición en mercados o supermercados. Hay miles de personas entregadas en una labor callada para que podamos enfrentar la debacle de la mejor manera.

Me da tristeza ver que hay otras personas no observan las reglas sanitarias que nos han recomendado para frenar la curva ascendente de la contingencia. Me da un profundo sentimiento de desprecio ver aquellas personas que se divierten mandando mensajes falsos, fomentando rumores e intranquilidad como si nuestra tragedia pudiera ser capitalizable para obtener votos o simpatizantes de aventuras políticas. No entienden que para la muerte no existen clases, ideologías, religiones o posiciones de poder. Para la muerte, todos somos iguales. Pero más me da rabia enterarme que rocían de cloro a una enfermera y agreden a médicos o amenazan con incendiar hospitales porque el miedo irracional los sobrecoge. Personas desquiciadas que alardean poner bombas, expulsar a turistas o señalar a ciertas razas como culpables de la pandemia.

Esa lección olvidada de la peste en la edad media, en la era feudal, donde los más humildes descubrieron que reyes, pontífices y príncipes de la iglesia eran tan mortales como ellos mismos. Se dieron cuenta que el poder no se los daba Dios sino la cobardía de un pueblo sometido.

Y fue la pulga que democratizó la muerte y gracias a la cual sobrevino el renacimiento, el florecimiento de las bellas artes y la inventiva humana explotó en mil descubrimientos. Un vil pulga saltarina que se montaba en el lomo de las ratas para acabar escociendo con bubas malolientes la piel de los humanos. Era donde el cuerpo se asociaba con el pecado, la limpieza era una práctica de brujería y el perfume era elixir del demonio.

La labor callada de todos los ciudadanos que han dejado la cuarentena de sus hogares para servir a los otros y salvar vidas, a esos maravillosos seres con vocación altruista debemos de mostrarles nuestro respeto y admiración. Darles una y mil veces las gracias porque sin ellos, hoy no tendríamos luz al final del túnel, sin ellos no abrigaríamos en nuestra mente la esperanza.

Gracias a ellos que están en su labor callada.