Las miradas

Las miradas
 
Nuestros ojos son ventanas.
A través de ellos nos asomamos para ver al mundo. Ya sea nuestra mente o nuestra alma se están continuamente peleando por asomarse hacia fuera. Son como dos niñas caprichosas. Quizás por eso les llamaron: “Las niñas de mis ojos”.
 
Cuando se asoma la mente, ésta revisa todo, escudriña hasta el último de los detalles, analiza una y otra vez lo que ve. Hace pausas para repensar lo que acaba de observar y finalmente se forja un concepto de lo que descubrió afuera. Generalmente aprende y aprehende (de capturar, atrapar, poseer).
Siempre inquieta y nerviosa, la mente pone nervioso a cualquiera cuando a través de las ventanas se asoma y mira.
Puede ser que la mente solo se fije en los colores, o en las formas, movimientos, gestos y acciones de los otros con los que se va topando a cada instante. ¡Ah! Pero cuando nos examina, qué incertidumbre nos acecha. ¿Aprobé? ¿Me reprobó? Su mirada era fría, calculadora, impenetrable.
 
Cuando le toca el turno al alma la cosa es diferente. Se asoma con timidez y trata de ver lo que no se ve a simple vista. Sin alarde de movimiento lanza una luz que se transforma en mirada. En determinado momento baja y abre las persianas que son los párpados para que su intensa luz no hostigue a quien le observa. Si las dejara todo el tiempo abiertas nos cegaría.
 
El alma se asoma para sonreír o para acariciar con sus miradas. A veces seduce, en ocasiones simplemente coquetea y como si respirara en cada abrir y cerrar de párpados exhala amor o en ocasiones odio.
 
El alma se asoma para acompañarse de emociones. Van de la mano el amor y el odio, la indiferencia y la atracción, la envidia o la compasión. Son tantas las emociones que transmite el alma que no podríamos tener la capacidad de enumerarlas.
Simplemente cuando se asoma por esas ventanas que son los ojos, lo único que nos queda es expresar lo que percibimos de la sutil luz que de ella emana:
“Me sonrió con su mirada”
“Me miró con ojos de pistola”
“Vi su mirada y sentí una fuerte emoción”
“Era una mirada de odio”
“Con solo mirarme percibí que me envidia”
“Mira de una forma tan despectiva”
“Qué brillante se ve su mirada”
“Me encanta ver que me está mirando fijamente”
“Me miró con una ternura infinita”
“Me miró, sin palabras pero me dio entender que me quería”
“Abrió por última vez sus ojos, me miró fijamente y dejó de existir…pero aún conservo grabada su mirada”.
Las miradas son las palabras mudas. Son las caricias sin manos. Son los puñales sin acero. Son los abrazos sin brazos.
 
¿Y si contamos cuántas veces al día dejamos asomar por nuestras ventanas a la mente y cuántas otras se asoma el alma?