Cielito Lindo

¿Quién no ha escuchado ésta canción siendo mexicano?

Era una tarde de abril en Cuzco, Perú. Había organizado ése viaje con la ayuda de unas revistas del National Geographic, la ignorancia de las agencias de viajes que finalmente no supieron armarme el viaje y mi entusiasmo contagioso que terminó con que se apuntaran a viajar conmigo una amiga de la escuela y un amigo vecino mío.

Los dos decidieron unirse a mi periplo.

Estábamos en una céntrica tienda de artesanías comprando los típicos souvenirs cuando ya caía la tarde. La dueña de la tienda muy apenada nos comunicó que tendríamos que pasar la noche dentro de la tienda porque ya había iniciado el toque de queda.

–¿Toque de queda?–, inquirimos con sorpresa. Los pocos días que llevábamos viajando en Perú no nos habíamos percatado de ello.

Había cosas que nos llamaban la atención como el mercado negro de dólares, la discriminación racial hacia los indígenes (cholos), etc.

El viaje estaba planeado para estar casi 30 días recorriendo todo el Perú.

Nos horrorizó la idea de que hubiese toque de queda y tuviésemos que pasar la noche encerrados en una tienda.

–¿No hay manera de que vayamos al hotel?–, le preguntamos.

A lo que respondió: “No, correrían peligro de que les dispararan”.

Estábamos en el umbral de la tienda consternados cuando en ése momento pasaba un compacto grupo de soldados patrullando la calle.

Les llamamos y les dijimos que éramos turistas mexicanos y que queríamos irnos a nuestro hotel.

En ésa época ser mexicano en sudamérica era muy atractivo para la población y especialmente para los peruanos. Lo habíamos descubierto poco a poco ya que en la radio de la mañana y en los restaurantes tocaban música mexicana a eso de las 7 u 8 a.m.

Era comun que te preguntaran si conocías al Chavo del 8, Mauricio Garcés, Cantinflas o a Pedro Infante. Algunos manifestaban fascinación por viajar a México y conocer Cuernavaca o Acapulco.

El militar que encabezaba el grupo de soldados nos dijo con voz muy seca: “¡Hay toque de queda hasta mañana a las 6 de la mañana!”
Lo único que se me ocurrió fue decirles: ¿Y por qué no nos escoltan a hotel?

Se notó que nadie se los había pedido antes. Quedaron perplejos mirándose unos a los otros.

Uno de ellos dijo: “Si son mexicanos, saben cantar y si nos cantan unas canciones, pedimos permiso para que los escoltemos a su hotel”.

Nos invadió la angustia ya que ninguno de los tres sabíamos cantar y difícilmente recordábamos canciones mexicanas.

Una súbita inspiración nos permitió organizarnos y a duras penas entonamos “Cielito lindo”.

Los soldados se empezaron a transformar. Veíamos que sus rostros adustos se tornaban más amables.

–¡Otra!–, dijo el oficial.

Y que nos soltamos a cantar “La adelita”.

El que iba al mando, llamó por la rqadio y finalmente ordenó que nos llevarían escoltándonos hasta el hotel.

Nos despedimos de la dueña de la tienda y nos fuimos repitiendo las estrofas de “Adelita”, “Cielito lindo” y cuando el precario repertorio que parecía agotarse por lo que optamos cantarles el Himno Nacional Mexicano.

Los soldados iban muy quitados de la pena y mientras avanzábamos hacia el hotel, casi al llegarnos pidieron una canción más.

Me acordé de la canción que canté en primero de primaria. Era de Cri-Cri. Un poutpurri de la Marcha de las letras, la Patita y el Chorrito.

Los militares estaban fascinados escuchando: “al general ordenando que ahí venía la A con sus dos patotas muy abiertas al marchar y luego la E…”.

Les ganaba la risa con el chorrito que se hacía grandote y se hacía chiquito.

Despidiéndose de nosotros, uno de ellos nos pidió que le repitiéramos la letra de “Cielito lindo”. Confesó que andaba enamorado e iba a ver a su novia al día siguiente y se la quería cantar. Curiosamente su novia tenía un lunar junto a la boca.

Mi amiga, tomó un trozo de papel y se lo escribió.

Dimos las gracias. Se fueron los soldados marchando por la calle empedrada y se oía suavemente la voz del soldado que con una torpe lectura entonaba:

“Ése lunar que tienes, cielito lindo, junto a la boca…”