Lola Angustias

A alguien se le ocurrió instituir el día de la tercera edad o también llamado “de los abuelos”.

Creo que fue a la filósofa y escritora Emma Godoy.

Dra. Emma Godoy Lobato

Y aunque es poca la difusión de éste día de celebración creo que son de esos días en que se hace justicia a los seres que abrigan la parentalidad con asombrosa ternura.

La fecha es significativa porque posee un valor de reconocimiento a los ancianos, que eran venerados en Mesoamérica y son vilipendiados en las recientes décadas.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Recordé a Lola. Una mujer de cerca de 70 años. Resulta que mi socia Juanita Guerra un día me pidió la entrevistara y si era posible le diéramos empleo.

–No es que necesite dinero, me dijo, sino que acaba de enviudar y no para de llorar, es realmente desgarrador su duelo´´, comentó Juanita.

Acepté . Lola llegó muy arreglada y perfumada a su primer entrevista. Su mirada triste y se mostraba con cierto temblor de las manos de tan nerviosa que estaba.

–Nunca he trabajado, ya no sirvo para nada—me decía con su voz quebrada.

—No se angustie. Todos hemos tenido que aprender a trabajar en algún momento de la vida. ¿Sabe escribir? ¿Sabe contestar un teléfono? – le inquirí.

A lo que ella respondió de inmediato. Movía su cabeza afirmativamente sonriendo ante la obviedad de mi pregunta.

¡Ya está! Ud. será recepcionista. Contestará los teléfonos, tomará los recados.

Asombrada, me miraba irradiando luminosidad.

Eso sí le advierto dos cosas: En la empresa tenemos muchos jóvenes y se tendrá que acostumbrar al lenguaje florido. Y lo otro, es que tenemos prohibido que fumen dentro de las oficinas. Sabía yo que Lola tenía un pésimo hábito de fumadora. (Nos estábamos adelantando varias décadas a las actuales disposiciones legales)

Accedió.

Las primeras semanas se mostraba muy angustiada por lo que se le decía con cariño “Lola Angustias” Y reía prometiéndonos que pronto dejaría de angustiarse.

Fue una extraordinaria colaboradora. Pronto se mimetizó con los jóvenes y la trataban con la misma camaradería.

Llegó después de un fin de semana y muy orgullosa nos informó que había dejado de fumar y que cumplía varios meses de haber ido dejando progresivamente el vicio.

No recuerdo cuánto tiempo estuvo con nosotros. Pero un buen día, me presentó su renuncia.

Le pregunté la razón y me dijó:

“¡Ay Jefecito! Me diagnosticaron cáncer y tendré que someterme a quimioterapias. No quiero fallarle.

Le ofrecimos que tendría un horario flexible y que dependiendo de su condición podía presentarse o no. En un principio lo aceptó y cumplió con mucha asiduidad. Cambió su peinado por una peluca que cubriera los estragios visibles de la quimio pero seguía luciendo muy bien arreglada y maquillada.

Sin embargo, el cáncer avanzaba y finalmente renunció.

Continuamos la amistad principalmente con llamadas telefónicas.

Un día me llamó.

“Jefecito, te hablo para despedirme. Ya no la veo con esta enfermedad. Los tratamientos son de “a caballo” pero los dolores son lo peor…son terribles.

Te quiero dar las gracias por haberme enseñado a trabajar, mi jefecito querido, pero más les agradezco a ésos jóvenes que me enseñaron a “mentar madres”. No sabes cómo me libero cuando me revuelco en dolor y puedo decir groserías. Me relajan tanto”.

Las malas palabras no son de nada recomendables pero pueden tener un efecto analgésico ante la impotencia de nuestro sistema nervioso por paliar el dolor.

Los humanos debemos construir lazos de comprensión entre las distintas generaciones. No agredir a quienes tienen diferentes edades o gustos. Hay personas intolerantes que critican los aretes, tatuajes, “piercings” o el cabello largo o teñido de colores estridentes. Hay otros que critican la edad y piensan que los años restan inteligencia al acumularse aún cuando se ha comprobado que hay más sabiduría y experiencia.

 

 

 

 

 

 

 

Yo lo explico de una forma visualmente sencilla:

“Todos vamos en un mismo tren. Los más ancianos van cerca de la máquina y jalan a los demás vagones. Otros van en el cabuz. Nos vamos bajando en cada estación. Nadie sabe hasta dónde cubre su boleto. Pero no olvidemos que la vida es una y todos vamos en el mismo tren”.

El bulto

Cuando nacemos y apenas empezamos a cobrar conciencia de nuestra relación con los otros y ya somos autónomos pues podemos caminar, correr y bastarnos por nosotros mismos en la mayoría de nuestras actividades, la sociedad o la familia nos impone cargar el bulto.

A partir de ése momento se vuelve habitual el hacernos responsables de la pesada carga de los bultos. Ya sea por ayudar o querer corresponder a los otros o inclusive, por cargar el bulto propio.

En algunos casos el bulto viene incluido en la religión que se nos inculca en la familia y llega a dimensiones insospechadas. Por ejemplo, quienes cargan el bulto de Adán y Eva. En otras ocasiones, es por la ideología imperante y hasta por los condicionamientos de las clases sociales con las que frecuentamos.

De un bulto que cargamos en un inicio terminamos cargando infinidad de bultos. Nos hacemos responsables de tantas cosas que si las pensáramos bien, coincidiríamos que no es justo responsabilizarnos de ellas.

La única forma de deshacernos de esos bultos es aprendiendo a perdonar, El perdonar no significa que automáticamente empecemos a padecer amnesia. No. Ni tampoco que olvidemos lo que generó el bulto. Perdonar no es olvidar sino asumir que aquello que otros hayan hecho o lo que nos hayan hecho a nosotros, no tenemos ni que cargarlos ni permanecer enganchados en el pasado o atrapados en el rencor. Simplemente es asumir que lo que pasó, ya fue y que no debemos seguir cargando esos malos episodios a cuestas toda la vida.

El bulto es en pocas palabras la culpa. La culpa que encontramos en los otros cuando algo no funciona y también la culpa que nos asumimos como propia y nos hace sentir mal.

Nadie tiene la culpa del error que cometieron los personajes bíblicos de Adán y Eva para que tantos miles de años después se anden sintiéndo culpables.

Tampoco podemos andar culpando a los demás de nuestros errores o de nuestros fracasos. Y más aún, no debemos sentirnos culpables de aquello que no funcionó y pensar en nuestro interior: “Yo tuve la culpa de todo”.

Para poder eliminar todos los bultos ajenos o propios, debemos empezar a manejar nuestra capacidad de perdonar. Perdonar a los que causaron algo, perdonar a los que les estamos achacando ciertas responsabilidades y sobretodo a perdonarnos nosotros mismos para no andar por los caminos de la vida lamentándonos con el terrible “complejo de culpa”.

Dejar de cargar el bulto te hará descubrir lo feliz que eres y la felicidad que puedes darle a los demás.

Aullar se aprende

Casi todos hemos escuchado la frase “Júntate con lobos que aullar se aprende”.

Y la mayor parte de las personas no hemos tenido contacto con lobos a excepción de los documentales en TV o en nuestras visitas al zoológico.

En realidad la frase nos trata de enseñar que el hecho de juntarte con personas con experiencia siempre te reditúa.

En mi caso quizás se deba a que de pequeño –antes de ir al kinder– pasaba la mayor parte de mi tiempo con mis abuelos. Mis hermanas ya iban a la escuela, mi padre trabajaba y mi madre se ocupaba de toda la operación del hogar, así que los abuelos eran ideales para entretenerme.

Eso me permitió desarrollar las habilidades de comunicarme con personas mayores de mi edad. Se volvió costumbre departir con adultos y poder mantener una conversación medianamente amena.

Esto causó múltiples críticas a lo largo de mi vida por parte de mis amigos y compañeros de escuela que generalmente eran de mi misma edad.

Era frecuente escucharles decir: ¿:Por qué te juntas con viejitos? ¡Cómo puedes tener amigos tan viejos!, etc. Para ellos parecía ser un defecto tener una conectividad intergeneracional.

Para mi fue diferente. Aproveché la experiencia y sabiduría de mis “viejitos”. Así fue que en mis diferentes actividades tuve grandes amistades e inclusive socios cuya diferencia de edades, con distancias entre 40 a 60 años, podrían haber sido abuelos o padres y que nuestra amistad terminaron siendo mis mentores. Podría elaborar una larga lista pero sería injusto omitir alguno de ellos y solo puedo guardarles más que gratitud, admiración profunda, cariño y respeto.

Las personas con experiencia poseen un instinto superior al arrojo que los jóvenes tienen. En ellos la prudencia (prevención), la capacidad de ver más allá (planeación) y el cálculo de eventualidades (racionalización y análisis) son factores decisivos que amortigüan al joven que los escucha y de ellos aprende.

No es fácil. Porque las personas de mayor edad le resultan al joven un poco cuadradas, a veces conservadoras o anticuadas, pero si el aprendiz aquilata lo positivo y aprende a comprender los aspectos negativos, tendrá grandes ventajas competitivas tanto en el campo laboral como el campo de desarrollo personal. También sacrificas a veces tu convivencia juvenil.

En mi prendizaje personal, fue muy provechoso juntarme con esos lobos ya que obtuve ventajas competitivas y a la vez adquirí una herencia del imaginario generacional. Esto significa que supe cómo vivían, cómo se convivía en sus distintos tiempos y cómo era en general el entorno humano de casi un siglo ya que te narraban desde 1895, pasando por la revolución, la consolidación del país después de la gesta revolucionaria, los años de 1930, la industrialización de los 50´s y 60´s, la crisis del 68 hasta lo que vivimos en estos días de apertura democrática. Te contaban desde cómo era el transporte en tranvías de mulitas, la llegada de la energía eléctrica, el nacimiento de la radio, la televisión, la llegada del hombre a la luna, las guerras mundiales, etc. Un tesoro enciclopédico de la vida.

En la reciente campaña por la presidencia volví a escuchar comentarios en contra del candidato ganador. Lo acusaban de “viejito” por solo tener 64 años y evidenciaban su ignorancia de que el cuerpo humano está hecho para: ¡Vivir 120 años!

En una residencia de personas mayores donde colaboro el promedio de las residentes mujeres ya rebasó los 85 años de la actual estadística poblacional y hay un gran número de ellas celebrando sus primeros 100 años.

Después de que ganó abrumadoramente la elección y considerando que la mayoría de los votantes eran jóvenes que quizás votaban por primera vez, causó incredulidad entre los “opinadores” y “expertos” de las ciencias políticas.

¿Por qué votaron por un viejito con posible fragilidad de salud?

Más estupor ha causado el que anunciara su gabinete antes de ser presidente constitucional y que incluyera en el mismo surtido rico donde combina personas consideradas “viejitos”, otros en el borde de la vejez y otros más jóvenes.

Esta nueva situación que vivimos me lleva a recordar mi trayectoria personal donde se combinaba la vinculación entre jóvenes y personas con experiencia. Recordé que si te juntas con lobos aprendes a aullar y que los siglos que lleva la humanidad poblando el planeta siempre se dieron las fórmulas exitosas de las civilizaciones cuando en sus sociedades participaban viejos y jóvenes. No en balde existían los “Consejos de ancianos”.

Creo firmemente que desde una familia hasta un país, se debe incluir a todos. Es más sano incluir que excluir. Incorporar a los niños en las pláticas de adultos es muy útil ya que contribuímos a que maduren, así como escuchar a los ancianos y respetar los criterios de los adolescentes.

Las familias extensas donde se incluyen a los abuelos, primos, tíos, padrinos, asimilados por cariño, tías solteras o divorciadas, viudos, independientemente de que si son amargados, rencorosos, con preferencias diferentes o creencias religiosas, esta mezcla de personas contribuyen a que las nuevas generaciones del núcleo familiar sean más resilientes ante la adversidad.

Aprender a vivir en la manada siempre será mejor que vivir como lobos esteparios.

La guanábana*

Un fruto tropical que tenemos al alcance para disfrutarlo como bebida, nieve o postre es la guanábana.

A mi me parece delicioso.

Se da en los estados donde abunda el sol, la selva y lluvia como son los estados del litoral del golfo de México y el sureste (Veracruz, Tabasco, Campeche, Yucatán y Chiapas). Especialmente las tieras bajas.

La guanábana es el fruto de un árbol. Frágil y vulnerable ya que fácilmente se llena de plagas y muere.

Lo más impactante de estos árboles de deliciosos frutos es que se ponen tristes.

Sí, tristes.

Me cuentan los agricultores veracruzanos que el árbol de Guanábana necesita no solo de tierra, agua y tierra fértil. Sino que también necesitan del “arrumaco”. Y dicen ellos que cada día hay menos árboles de guanábana porque. “Ya no tienen quién les haga su arrumaco”.

Arrumaco es arrullo, como el que a los bebés les hacen las madres con su dulce voz.

Yo ya había oído que las violetas africanas florean más si uno les platica, pero nunca había oído que un árbol necesitara de arrullarse.

Entonces pregunté:

–¿Por qué dice que los árboles de guanábana ya casi no tienen quienes le hacen “arrumaco”?

Y me respondieron:

Porque antes los loros, los pericos, las guacamayas y quetzales les hacían el arrumaco a los árboles de guanábana. Pero ahora con tanto tráfico de animales, con la tala (deforestación) y con los incendios ya casi no hay aves que le hagan plática, que le hagan bulla…que le hagan el “arrumaco” a los árboles de guanábana. Entonces, se ponen tristes, dehjan de dar frutos y se mueren.

Los humanos estamos en una grave crisis de inconsciencia al depredar los tesoros de la Naturaleza. Se necesitan preservar las slvas y bosques lluviosos. Cuidar la fauna, la flora, el aire y agua. Pero hacerlo ya…¡hoy!

 

Mañana será tarde porque ya no tendremos quién nos haga también el “arrumaco” que necesitamos para existir.

 

*Guanábana o Annona muricata