Vacaciones inesperadas

mde

En esa época teníamos unas semanas de vacaciones, creo que eran en el caluroso mes de mayo. Era un sábado, mi padre se había ido temprano a su consultorio y los niños acabábamos de desayunar.

Recostado en un sofá e invadido de una cierta modorra andaba buscando hacer algo divertido en esos días ya que contrario a lo habitual no saldríamos de viaje ni con mi papá ni con mi abuelo.

Cerca de donde estaba había uno de los múltiples libreros que mi padre atiborraba de libros. Me desperecé y fui a revisarlo. De súbito encontré un volumen delgado que decía “Cómo filmar buenas películas”. Lo tomé y empecé a devorar sus páginas. Me emocionaba a medida que avanzaba y veía la facilidad con la que podríamos hacer una peliculita.

Se me ocurrió buscar en un closet la cámara de super 8mm que solía usar mi papá para filmar nuestros viajes famiiares. Con grata sorpresa la encontré acompañada de varios rollos de película sin exponer. A como pude le cargué un rollo y llamé a un grupo de amigos del vecindario quienes junto con mis hermanos les propuse que filmáramos una película.

El guión básicamente fue reproducir los trucos creativos que el libro proponía como el de aparecer o desaparecer personas y simular un gran salto mortal. Esto último lo interpretó Alex López quien supuestamente su personaje angustiado decidía suicidarse saltando de una azotea pero que curiosamente caía de pie, sano y salvo.

El pequeño filme duraría escasamente cinco minutos y se titulaba “Suicidio y Safari” ya que el resto de la película era protagonizado por la pandilla de amigos, unos se disfrazaron de cazadores y otros de aborígenes africanos caníbales. En la corta historia, los primeros terminarían siendo capturados para que los caníbales supuestamente los cocinaran aunque esa escena ya no se filmó porque se acabó la cinta.

Con gran emoción, al lunes siguiente llevamos la película a revelar en la tienda más cercana que estaba por el rumbo de las Lomas y pasamos varios días de suspenso esperando poder ver la “obra de arte”. Finalmente ya con la película revelada, organicé la exhibición en la sala de mi casa. Para ello improvisamos una “tiendita” donde preparamos palomitas, gaseosas y venta de chicles “motitas”. Ya con el auditorio repleto proyectamos por primera vez la película con gran éxito.

Todo era felicidad hasta que llegó mi Mamá y al ver que los pisos de mármol estaban batidos con charcos de refresco, vestigios de palomitas y uno que otro chicle adherido al piso. Montó en cólera. Así fue como la furia de los dioses se desató y fui sometido a juicio sumario frente a mi Padre. El veredicto fue inconmutable: Prohibido exhibir películas en casa y nunca más convertir la sala de la casa en cine.

La tristeza nos invadió a todos puesto que ya teníamos en mente las siguientes películas.

Cuando todo parecía más oscuro, apareció la luz con los infantables “ángeles” que todo niño aspira encontrar en la infancia.

El primero de ellos fue Meche López, la linda mamá de mis amigos López López que pertenecían a la pandilla. La bondadosa mujer me mandó llamar. Afablemente me dijo que se había enterado de la desafortunada prohibición por parte de mis padres. Mandó llamar a sus sirvientas y nos llevó hasta su enorme sala de juegos que daba a un jardín. La sala tenía a través de una puerta peatonal independiente, acceso a la calle por lo que no se tenía que pasar por la puerta principal. Me entregó una copia de la llave y anunció a sus colaboradoras: “Aquí va a ser la sala de cine de Juanito. Por favor pónganle las sillas que tenemos para las fiestas. El vendrá junto con los demás niños a dar sus funciones de cine y les pido les ayuden después de cada función a dejando todo limpio.

Asombrado se lo agradecí. A partir de esas vacaciones inesperadas vendría toda una historia de la pandilla de Bezares en la cual aparecerán otros ángeles protectores como Don Manuel Del Castillo y de quienes en otra ocasión habré de narrar. Mi destino estaba marcado a los diez años por unas vacaciones inesperadas.