Sala de espera

El salón estaba decorado en tonos blancos. Los sillones confortables tenían colores grises que armoniaban muy bien con el lugar. Contrario a otras salas de espera, esta no tenía revistero ni mesitas de centro. En una de las paredes había una pantalla de plasma apagada. La puerta de acceso era de cristales templados, automatizada. Se deslizaba sin hacer mayor ruido.

En un extremo del salón estaba la puerta por donde deberían pasar quienes estaban en la sala esperando. Lo harían en cuanto los fuesen llamando.

Fueron llegando uno a uno. Las edades eran de lo más diversas. Algunos jóvenes se recostaban en los mullidos sillones y se ponían con sus dos pulgares a chatear en el dispositivo móvil. Una anciana vestida de color oscuro, rostro macilento y cabello plateado bastante ralo se veía angustiada tomando un rosario entre sus manos.

Curiosamente había varios niños pequeños que jugaban o gateaban pero no iban acompañados de sus madres. No lloraban.

Un hombre de edad mediana, bastante obeso entró dando resoplidos y se sentó rápidamente en un sillón individual.

Una señorita muy atractiva llegó y se sentó al lado de la anciana musitando en baja voz: “Buenas tardes”. A la que respondió la anciana casi en susurros.

Un joven ejecutivo muy trajeado y perfumado entró con visible nerviosismo. Revisaba su reloj de pulsera continuamente. Parecía tener prisa. Casi de inmediato llegó un jovencito vestido de motociclista con traje de piel y se quitó el casco mostrando su cabello ensortijado. Mascaba chicle.

De un interfón salía una voz angelical que por su nombre llamaba a los pacientes.

El joven motociclista preguntó en voz alta: “¿Por qué está apagado el televisor? ¿Alguno de uds. tiene el control?”

La anciana le respondió incomodada: ¡Más respeto jovencito, no ve que ésta es una sala de espera!

El joven la interpeló: ¿Y eso qué? ¡Ahorita está el partido final de la Champions League y no me lo quiero perder!

En eso, llaman al hombre obeso que se levanta con dificultad y con su voz entrecortada le resopla al joven: “¿De qué te sirve ver el último partido? ¿Qué no ves que ésta es la sala de espera?

El joven –ya en tono grosero–, le responde: ¡Mientras se espera podemos ver el partido!

Casi cruzando el umbral de la puerta, el hombre obeso voltea y sonriendo le dice al joven: Estamos en la sala de espera de la muerte…¿Qué no lo sabías?