En temporada de Muertos

                                                                                                     
Quedando huérfana de madre y después que torpemente Amalia le había escriturado la casa de su propiedad a su difunta mamá, su hermano la despojó de su propiedad. No teniendo más remedio que irse a vivir a la casa de Juanita, su mejor amiga.
Ya entradas en años, las dos amigas tenían frecuentes discusiones porque Juanita era una mujer muy cuidadosa y ordenada, se había formado con personas de origen suizo y estaba siempre comprometida en ser puntual.
 
–Ser puntual—decía,–no es llegar ni antes ni después de la cita. En cambio Amalia era de esas personas que llegaban a las citas con una hora de anticipación y eso creaba conflicto entre las dos amigas.
 
–Algún día llegaré tarde—amenazaba Juanita, –¡Para que veas lo desagradable que es no saber ser puntual!
 
Adelantándose a su amiga, Juanita falleció a las 0:30 hrs. el 21 de junio de hace muchos años. Esa madrugada, Amalia apresuró las diligencias y envío el cuerpo temprano para que fuese cremada. Buscó que no se le velara modificando la fecha del fallecimiento. Dispuso que estuviéramos presentes a las 14 hrs. en las criptas de Catedral.
 
Ahí nos dimos cita los amigos y dolientes.
 
Nerviosa e impaciente. como siempre, Amalia presionaba al Sacerdote para que oficiara la misa de inmediato pero éste le indicaba que debían esperar a que llegaran las cenizas. En esa espera se desató tremenda tormenta. Era tan fuerte el “diluvio” que hasta los sótanos de Catedral se cimbraban con los rayos y su estruendo producía fuerte resonancia dando más sepulcral ambiente al lugar.
 
Las cenizas no llegaban y el sacerdote hizo una dispensa porque debía retirarse, ofició la misa sin la urna y se retiró enojado con Amalia.
Habían transcurrido ya tres horas y Amalia vociiferaba –en una llamada telefónica– reclamándole a la funeraria la razón del por qué no llegaban las cenizas.
 
La tormenta continuaba. Ya para eso de las cinco de la tarde, el encargado de las criptas anunció que tendría que cerrar. La mujer estaba ya fuera de sí.
En eso, tropezándose por las escaleras bajó el agente de la funeraria, completamente ensopado de la lluvia, todo despeinado, llegó con la dichosa urna. La arrebató Amalia colocándola en la cripta y maldiciendo al empleado, que angustiado, explicaba las causas: severas inundaciones y el tránsito congestionado por el que había tenido que lidiar.
Al ir ascendiendo por la escalinata de Catedral, Amalia se apoyó de mi brazo. ¿Qué horror!—exclamó aún perturbada–, a lo que le respondí:
“¿Recuerdas que Juanita algún día dijo que llegaría tarde?” y continué diciéndole: “Pues ése día ya llegó”.

La noticia

Esta historia me la relató Amalia de primera mano:
 
El flaco de oro, poeta y compositor, era muy buen amigo de Amalia. A ella la buscaba cuando se sentía enfermo y la amiga lo procuraba con diligencia. Tan grande fue su amistad que cuando el compositor falleció le dejó su piano vertical además de una partitura original de su creación. Ella conservaba esos objetos celosamente m en un saloncito de la casa y sobre el piano estaban las manos de bronce del compositor.
Enfermó ya de gravedad, Agustín fue hospitalizado en el Sanatorio Inglés. Ella le cuidaba la mayor parte del día y frente al ventanal de la habitación había un edificio en construcción. De pronto, descubrió que unos camarógrafos instalaban un tripie y cámara de cine con telefoto dirigido hacia la ventana. El organizador de esa filmación era Jacobo –el periodista que ya estaba encumbrado en los noticieros televisivos y gozaba en esa época de visible soberbia y prepotencia, (misma que se tornó en dócil humildad en sus postreros años en la radio cuando la fama lo había abandonado).
 
La misión era filmando rla agonía del famoso compositor. Ella visiblemente molesta y sin reclamarle a Jacobo, fue con su jefe a informarle del morboso espectáculo que el periodista pensaba transmitir en su noticiero de la televisión. El patrón descolgó el teléfono y buscó al periodista citándolo para que llevara las cintas pues deseaba verlas.
 
Jacobo entró muy orondo con las latas de 16 mm. pensando que su jefe le festejaría su labor periodística. Don Emilio tomó las latas y llamó a su secretaria, que era Amalia, y le dijo con su voz potente: “¡Quéme ésta basura! En el umbral de la muerte, la agonía humana no se justifica como noticia.”