Víctor el pastorcito.

Después de la huella que dejó en todos nosotros la triste historia de Hortensia. Toca ahora el turno a Víctor, el niño pastor que acudía a la escuelita de La Concepción (La concha).

Como mencionamos en la entrega anterior, después de que con una piedra golpeábamos el riel –que hacía las veces de campana—, los niños iban llegando de las rancherías aledañas y Víctor el pastorcito guardaba a sus animales en un corral en el cerro y bajaba con nosotros. Su aspecto aseado, bien peinado, ropa que denotaba estar limpia y su infaltable sombrero de paja. Él era más alto y quizás con mayor edad que los otros niños. Hablaba poco y observaba mucho.

Un sábado invité a Mireya Cueto, una célebre escritora, titiritera y artista. Hija de los renombrados artistas Germán Cueto y Lola Cueto, precursores del “Estridentismo” en México.

Mireya era un ser extraordinario. Juntó a los niños y los llevó a un estanque en el río en medio de la floresta. Invitó a los chicos a que tomaran arcilla húmeda e hicieran una figura escultórica. Los niños corrieron rápidamente y se pusieron a meter sus puños en el lodo.

Víctor en cambio, se subió a un montículo, se quitó el sombrero sentándose en cuclillas y observó detenidamente la vera del río.

Después de unos minutos de meticulosa observación, fue a un sitio y tomó tierra, luego a otro y a otro más. Finalmente se acercó al agua e hizo su amasijo con las distintas arcillas.

Todos los niños hicieron pequeñas figuras de barro. Víctor hizo una maravillosa figura. Era un ave y poseía todas las características de una escultur prehispánica.

Guiados por Mireya, dejamos las esculturas sobre unas tablas en la peqeña bodega de la esuela, cerramos con candado y Mireya prometió regresar con nosotros al sábado siguiente.

Cumplida la fecha, con gran emoción se abrió la puerta de la bodega que despedía una atmósfera calurosa ya que se había mantenido cerrada durante toda la semana. Muchas de las obras hechas por los niños y profesores estaban desmoronadas, algunas semi-completas pero destacaba la de Víctor que estaba sólida como una roca e irradiaba la belleza de una pieza mesoamericana. Mireya les explicó las razones por las que ésa pieza en particular se había conservado: Obedecía a la mezcla de arenas o arcillas, la forma como la amasó y finalmente la temperatura de la habitación que la deshidrató.

A lo largo de mi formación escolar y universitaria se me habían dado muchas definiciones del concepto “cultura”, sin embargo, al recordar todo este episodio de Víctor literalmente comprendí su gran significado.

Cultura no es memorizar datos o leer muchos libros ni visitar museos. Cultura viene de cultivar, de sembrar, de estar en contacto con la naturaleza. Víctor era un niño culto porque a partir de la observación y posteriormente con la labor de la creación a través de conjugar elementos recuperó sus ancestrales raíces para dar finalmente forma a un objeto creativo, único.

Comprendí que la cultura se da como un gran árbol para lo cual debes tener tus raíces profundamente inmersas en la realidad de donde vives, de donde vienes, de quienes te antecedeieron.

Esas raíces te dan la fortaleza de un tronco común que te permite crecer en la imaginación y en la búsqueda de expandirte. Esa expansión son las ramas que buscan la luz del aprendizaje. Te llenas de follaje, cada hoja de tu frondoso árbol es una experiencia de vida. Debes estar consciente de que en cada estación o etapa de tu vida te deshaces de las hojas y debes invariablemente renovarlas para que un día empieces a florecer y finalmente dar frutos.

Víctor, el humilde pastorcito nos ha dado una gran lección: Ver, observar, pensar, investigar, nutrirte de tus raíces y aprender, siempre aprender con la humildad de saberte ignorante pero con la pasión de poseer la curiosidad que sólo “cultivando” a tu mente puedes lograr dar los frutos. Frutos que se saborean más con la experiencia.