El primer beso

La BBC de Londres recientemente dio a conocer una noticia sobre el lado sensible del Tiranosaurio rex, el temible dinosaurio que durante el Periódo Cretácico dominó el planeta tierra y que todos lo alucinamos como un feroz carnívoro según películas y series televisivas.

El depredador de unos seis metros de altura (dos pisos de una casa o edificio) habitó nuestro mundo hace 75 millones de años. La noticia estriba en que según la revista Scientific Reports ha concluido una investigación que el Tiranosaurio rex tenía un hocico cuya piel era tan sensible al tacto como los labios humanos y gracias a esa sensibilidad, le permitía construir refugios, explorar el entorno, recoger con ternura a sus crías, moviéndolas con delicadeza al nido, y también se daban besos o caricias entre el macho y la hembra durante el juego amoroso antes de su reproducción.

En el cortejo frotaban las partes sensibles de sus hocicos y era un ritual preliminar a la cópula –según los científicos estadounidenses– que estuvieron trabajando en Montana y donde también descubrieron a un nuevo miembro de la familia de los tiranosaurios: el Daspletosaurus horneri. ¿Quizás éste fue el primer beso en nuestro planeta?

Seguramente a quienes amablemente leen estas líneas y desde la cabeza del artículo, les he remitido a su memoria para que recuerden su primer beso “amoroso” (no el beso maternal o paternal ni el filial).

¿Con quién fue su primer beso? ¿Lo recuerda? ¿Cómo se dio?

Yo puedo contarles el mío.

Tendría siete años y fue durante el festival del día de las madres. Se presentaban varios espectáculos en el auditorio de la escuela. Los compañeros de sexto, que integraban el coro, estaban sentados en unas gradas al fondo del escenario. Ellos dominaban la visión tanto del público como de las escenas donde actuábamos y los corredores laterales de donde salíamos los intérpretes.

A mi grado escolar correspondió montar “Alicia en el País de las Maravillas” y yo fui designado para personificar al Conejo. Mi madre junto con mi abuela y una costurera confeccionaron el disfraz de conejo en peluche aborregado blanco, con un cierre en la espalda, un rabo de estambres y una gorra con sendas orejas que se amarraba a mi cuello. Lo único que sobresalía del disfraz era mi rostro.

Yo estaba en el corredor esperando el acorde y entrar en escena, llegó Louise Hessert, la niña que interpretaba Alicia. Lucía bellísima, le habían maquillado y sus labios tenían un carmesí esplendoroso.

 

Al verme recargado en la pared con mi reloj de leontina gigante y mi entonces timidez actoral exacerbada, “Alicia” se acercó a mí y dijo: “Oh, Johnny! You are lovely!” y me empezó a dar de besos en todo mi rostro.

Me ruboricé terriblemente. Los del coro se dieron cuenta de lo sucedido y empezaron a soltar risitas al ver a un conejo acosado por Alicia. En eso, se dieron los acordes para que yo entrara a escena.

 

Di los saltos de conejo para lo cual me había estado entrenando. Aparezco en escena todo nervioso, apenado, y empiezo con la canción “I am late, I´m late…for a very important date…” (Estoy tarde, voy tarde… a una cita muy importante…”

El público al ver a un conejo ruborizado, con el rostro estampado de besos de color rojo por el labial, empieza a reírse. Los del coro sueltan carcajadas ya abiertamente escandalosas y se arma tremendo revuelo acabando con el espectáculo.

 

 

Al salir del escenario, mi madre y abuela –angustiadas–, esperaban tras bambalinas. Me abrazaron. Y lo primero que pude decirles es que me urgía hacer pipí.

A volandas me llevaron al baño, con tan mala suerte y lo nerviosas que estaban, que se les atoró el zipper. Se atascó y yo me contorsionaba en la desesperación hasta que ya no pude contenerme.

Mi bello disfraz de conejo –que me ilusionaba usar de pijama–, esa noche se vio arruinado.  Entre mi mamá y mi abuela me cubrieron con sus abrigos ¿o sweaters? y salimos a hurtadillas hacia el estacionamiento.

A veces el primer beso no siempre es tan idílico y puede arruinar hasta un bello cuento como el de Lewis Carrol .

En otra entrega seguiremos hablando de besos en nuestras vidas.

Al fin hasta los dinosaurios ejercitaban la maravillosa práctica de amar dándose de besos.