Cuando el corazón va dando tumbos…

Cuando el corazón va dando tumbos…

El Día Internacional de la Felicidad se estableció por la ONU el día 19 de marzo. Este librín es crito y dibujado por mi narra una historia básicamente enfocada a reflexionar sobre un tema. Es algo sencillo y de fácil lectura. La intención es comunicar pensamientos positivos sobre temas que pueden ser álgidos para el autoestima.

 

Los van a enseñar a «pensar»

 

 

 

 

 

Estábamos en el primer semestre de la licenciatura. Para la materia de fotografía me fui a practicar con una cámara y elegí los alrededores de Tepotzotlán, Estado de México. Me interné por un camino de terracería y encontré un paraje donde había un casco de hacienda. Detuve el auto, bajé y caminé para buscar los mejores encuadres. Junto a una capilla en medio de árboles de pirú y fresnos estaba una escuela abandonada. Miré por los polvosos vidrios. Eran tres salones de clases, un cuartito destinado a museo llenó de telarañas y objetos entre los que había una ardilla disecada. En el corredor que unía a los salones de clase, pendía un riel metálico que hacia las veces de campana. Las aulas estaban cerradas.

Cerca del lugar había una tiendita de abarrotes. Me acerqué con el encargado y le pregunté el por qué la escuelita estaba abandonada.

Me responió: –Porque la “gringa” no quiere.

Sorprendido le inquirí: ¿Quién es la “gringa” y con qué derecho niega que funcione una escuela?

El joven tendero me dijo: Porque es la dueña de la hacienda y está en sus terrenos. Yo tengo las llaves de los candados.

Se me ocurrió que los sábados podríamos ir a alfabetizar y para ello invité a varios amigos y a unas chicas del Liceo Franco Mexicano.

Llegamos un sábado pertrechados con cubetas, jergas, escobas y botes de pintura. Limpiamos todo y pintamos la escuela. Al siguiente sábado tocamos la “campana” y esperamos. Poco a poco fueron llegando los niños y algunos iban acompañados por su mamá o papá y les explicábamos que estaríamos visitando el lugar todos los sábados para enseñar a los niños.

Así armamos los grupos de acuerdo a grados de conocimientos y empezamos a darles clases.

Cada sábado llegábamos en mi jeep, todos los “maestros” hacinados en el vehículo. Generalmente ya los niños nos esperaban, sin embargo, el ritual de tocar el riel metálico era fundamental. Pintamos las bancas de colores y les pusimos postes a las filas con nombres de “calles” Cada banca tenía un número como si fueran casas. Así le iríamos enseñando a conocer los números y las letras a los que estuviesen más atrasados. El primer problema que encontramos fue que los niños se quedaban dormidos por hambre. Muchos llegaban en ayuno. Así que optamos por llegar con tortas, pan de dulce, leche e inventamos una tiendita para que aprendieran a contar. Con corcholatas rotuladas y coloreadas les repartíamos su “dinero virtual” y ellos compraban su desayuno. Luego reposaban y empezábamos las clases.

Una de esas mañanas, uno de los chicos se asomó por la ventana y gritó:

¡La gringa! Una persona de baja estatura con cabello ensortijado teñido de rubio pasó por las ventanas e irrumpió en el salón de clases.

Estaba alterada y gritó: ¿Quién autorizó que esta escuela abriera? ¡No ven que es propiedad privada!

La abordé tratándola de calmar. Afortunadamente unas de las “maestras” Olivia y Liz la conocían. Dialogamos y finalmente logramosque siguiera operando la escuelita solo con la condición de que yo firmara un contrato de comodato ante notario y me comprometiera a que no íbamos a invadir su propiedad.

Ella era Neoma de Castañeda, esposa del entonces Secretario de Relaciones Exteriores Jorge Castañeda de la Rosa y madre de un nefasto individuo que posteriormente conoceríamos (ya les ontaré). La señora “gringa” cobraba renta a la SEP por el uso de su terreno y sus relaciones políticas le permitían mantener en el olvido dicha escuela.

Mi abuela materna me llevó al notario y pagó el contrato de comodato.

Ahí comenzamos a descubrir la terrible problemática de la enseñanza pública en México que es botín de tiros y troyanos. Procuro no utilizar este espacio para tratar temas políticos. Comprendo que todos estemos saturados de esa deleznable intoxicación mediática pero escribo este relato con pleno conocimiento de la realidad.

Ahora que veo a un Aurelio Nuño predicar su “reforma educativa” y ver los anuncios en televisión que dicen que “van a enseñar a los niños a pensar” me planteo la interrogante de que: si los niños vienen al mundo con un cerebro virgen –sin capacidades cognitivas–, y estos señores políticos les van a enseñar para que funcionen sus cerebros, creo que hemos llegado al abismo más abyecto de la ignorancia y manipulación. Solo un grupo de palurdos pueden atreverse a faltar el respeto a los niños y a todos los ciudadanos al pretender que ellos tienen la “sabiduría” para ayudarlos a evolucionar neurológicamente.

Nadie duda que el país necesita de educación pero si queremos transformarlo debemos empezar por indignarnos ante el atropello que la elite política ha hecho y empezar por exigir que las personas que se encarguen de la educación pública cuenten con las credenciales y conocimientos del más alto nivel para  dirigir este factor fundamental para el desarrollo del país.

Un presidente que no lee y un secretario que parte de la premisa de que “los va a enseñar a pensar” es el ejemplo más triste del abandono de nuestras escuelas.

 

 

Sonríe (smile)

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Tendría 18 años cuando leí un artículo del National Geographic y basándome en su mapa, tracé un recorrido para un viaje por Perú. Fui a una agencia de viajes y –en ése entonces–, no dieron pie con bola para armarme mi viaje, así que dispuse irme a la aventura. A mi loca iniciativa se unieron una amiga (Lety) y un amigo (Manuel). Tramité el boleto de avión en mensualidades y llevé mi cámara Nikon con más de 30 rollos de diapositivas. Previsión útil que a mi regreso me permitió vender mi colección de diapositivas a la Diapositeca de la Ibero y saldar mi deuda con la aerolínea.

De Lima volamos a Arequipa. Un poblado a las faldas de volcanes y enclavado ya en los Andes. Después de nuestra estancia en Arequipa y disfrutar de un pequeño terremoto, abordamos el tren que nos llevaría al lago Titicaca. En nuestro recorrido de los Andes pudimos ver una manada de vicuñas (casi extintas) y en un punto del trayecto se detuvo el tren para que viésemos una boda de Incas (ellos despectivamente les dicen cholos). La mayoría de los turistas traían “soroche” (mal de montaña por las enormes alturas de más de 5,000 m de altura. Yo como acostumbrado a la altura de la ciudad de México, pude bailar con las indígenas que usan más de 5 faldas para protegerse del frío. Esa noche la pasamos en Juliaca hospedándonos en un hotel como del viejo oeste, padeciendo un terrible frío y me empezaron a dar “anginas” que pude controlar con un antibiótico que llevaba.

Al día siguiente llegamos a hospedarnos en el Titicaca e hicimos una visita a las islas flotantes hechas de juncos llamadas Uros (de donde me tomé esta foto). Uno de los maravillosos fenómenos de estar en esas alturas era la velocidad con la que cambiaba el clima ya que los vientos movían las nubes y de pronto el sol nos abrasaba para en minutos estar bajo pertinaz lluvia. Al regresar en la tarde recorrimos el poblado y en una calle empedrada, viendo la magnífica vista del lago más alto del mundo, de las bocinas de una pequeñita tienda de discos pueblerina salió la melodía de Charles Chaplin “Smile”, interpretada por la Orquesta Filarmónica de Londres.

La experiencia de sentirme en la cima del mundo, viendo los colores que salpicaban hasta las redondas piedras de la calle, el majestuoso azul profundo del cielo contrastado con las nubes blancas y grises y el sol que teñía de naranja los cenizos muros de humildes viviendas. Todas esas sensaciones de sentirse vivo, en un maravilloso planeta, gozando de todos tus sentidos y comprendiendo que una sonrisa, sí una simple sonrisa, puede cambiar el ánimo de las personas.

Una sonrisa que puede modificar tus sentimientos de tristeza o de nostalgia por el de alegría, amor y gratitud.

Pensar… un viaje maravilloso