En recientes fechas luce deshabitada la otrora famosa Calle de la Vergüenza.
En estos tiempos solo quedan una vivienda por ahí iluminada, otra en reparación pero la mayoría de los moradores de la citada calle han optado por mudarse.
Es una pena.
Antes lucía espléndida, parecía romería de tantos que la habitaban. Llegaban vecinos a cada rato, se hospedaban por días, meses…¡inclusive años!
No faltó algún día que hasta un vecino japonés se hizo “harakiri” de tanta vergüenza que le invadía.
Los suicidios por honor no se dejaban de notar y muchas personas iban al cirujano para que les reparara el rostro pues como ellos bien decían: “Se les caía la cara de vergüenza”.
Y no es para menos, les resultaba confortable tener vergüenza y mudarse al vecindario como una forma terapéutica de demostrar que si tenían valores.
Pero los tiempos cambian. ¡Sí! No cabe duda que son nuevas generaciones las que ahora pueblan el planeta.
Son díscolos, la mayoría cínicos. No exime su clase social, educación, ni siquiera la ocupación. Esta nueva clase de habitantes se rehúsa irse a vivir a la calle de la Vergüenza.
Es más, ahora ni siquiera visitan el Barrio de los Remordimientos.
Cometen sus canalladas, se toman “la selfie”, salen en ocho columnas en los diarios de mayor circulación, o en los noticieros diciendo sus perogrulladas y todavía pagan dinero para que a través de robots y hackers, eliminen a quienes los critican.
¡Uy, cuánto daríamos porque se recuperara la vitalidad de nuestra hermosa calle de la Vergüenza!